Afortunadamente mi regreso de las tierras galas fue suficientemente feliz como para encarar el nuevo año con buen talante. El mercado francés está difícil: hay una enorme saturación de novedades que no se corresponde con la respuesta del público. Que se entienda, el mercado francés mide su salud en decenas de millones de ejemplares vendidos, algo parecido a una utopía en casi cualquier otro país del globo, incluyendo el nuestro obviamente.
Lo cierto es que los editores editan más libros pero la gente compra la misma cantidad que antes. Esta dinámica provoca que las porciones de la torta se vayan reduciendo cada vez más, y con ellas, la posibilidad de hacer crecer la rentabilidad. Las librerías se atestan de novedades cada mes y no hay tiempo de exposición suficiente para casi ningún libro.
Hasta ahora, la buena salud de los números de venta no ha logrado agrandar la base de lectores constantes. Y hasta que esto no suceda, las caras de preocupación seguirán estirándose, y tratándose de rostros franceses, eso es mucho decir.
Esta es la realidad que tiene a todos un poco asustados en las tierras de Asterix. La consecuencia final es que los editores deciden priorizar a los autores que ya tienen en su catálogo, antes que sumar nuevos talentos en sus filas. Así es que me volví con mucho trabajo, pero con los dibujantes con los que ya colaboraba. Regresé con el angustiante alivio de sentir que llegué justo a tiempo para subirme a un tren que estaba partiendo. Trabajo hay, no es para quejarse. Pero hay muchos proyectos en el tintero que inevitablemente quieren ser editados.
Por lo pronto, hay que volver al trabajo.
Salud.