9.11.16

Nueva Temporada


Trump presidente. Por fin. Milagro.

Luego de más de una década sin nada qué contar, sin demasiadas referencias, sin grandes momentos. Sin acontecimientos que entusiasmen lo suficiente como para prender la tele una semana tras otra. Estuvo la crisis del 2008, wallstreet y sus inversiones subprime, el subsiguiente y escandaloso bailout del inmaculado Obama, y luego, como actor invitado, el fugaz movimiento de Occupy. Poco y nada. Argumentos conocidos con personajes demasiado prudentes y previsibles.

Todo muy lejos del apocalipsis. Entonces cambiamos de canal y nos atiborramos de series y películas sobre el fin del mundo, especialmente de la variante que incluye zombies, porque no hay nada más placentero que matar al pasado, lo previo, lo enfermo de historia, de un escopetazo en la cara. Que vuelen los coágulos por el aire, libres y finales. Y empezar de cero, con los nuevos capítulos.

Algún día queremos ver a los personajes armar una nueva sociedad, juntar leña, criar ganado y montar la empalizada alrededor de la aldea. Y defenderla a tiro limpio, guiados por las nuevas costumbres y el capricho del momento. Todo más natural, más fresco y sano que los sistemas democráticos, el estado de derecho y la jurisprudencia. El humano al viento, en la tierra, librado a su suerte y los elementos. Como siempre fue y como debe ser ahora.

Para nuestra suerte luego vino ISIS y le dio un poco de curry picante al kebab de la rutina que sigue girando frente a la estufa. Vemos los capítulos uno detrás del otro, el de Chary Hebdo, el de Bataclán, los degollamnientos en Adobe Premiere, el camión de Niza, niños sirios ahogados y algún ocasional mass shooting en escuela yanqui. Un esfuerzo encomiable de producción, pero tampoco para tanto. Esta temporada no termina de gustar al público, que se va a la competencia y se suscribe a Netflix, a HBO Go, a Pirate Bay. Los desfiles siguen sin pasar por nuestra ventana. En los televisores del midwest americano los negros pobres acribillados por la policía se destiñen, la sangre es menos roja, de última, no es nada fuera de lo normal, de lo previsible. Es claro que se necesita un personaje salvador que haga estallar el rating de la realidad.

Y entonces vino Donald. Por fin. Milagro.

La mejor promesa de campaña de Trump no fue el muro con México, la canilla libre de pussygrabbing o sus besos de lengua con Putin. El nuevo malo de la temporada a estrenar promete hechos. Acontecimientos. Con Donald, algo va a pasar. No habrá que seguir refiriéndose al 11-S para recordar aquella última gran escena fundamental de nuestra serie favorita. Quince años es demasiado tiempo. La deuda histórica se está volviendo insoportable. Hay que vender suscripciones a la realidad o nos caemos al precipicio, al hueco infernal de la normalidad eterna. La pantalla negra.

Con el nuevo personaje tenemos una sola garantía: algo va a pasar. Hay que mirar, sí o sí. Es obligatorio. No te podés perder el nuevo capítulo. Tu vida depende de eso. Nadie sabe nada. No hay spoiler posible. Eso es lo genial. Vino Donald y se llevó puesto el sistema como nadie. No lo destruyó, claro que no. Vino, lo trepó en un par de meses, llegó a la cima y le clavó en el ojo su bandera con TRUMP bordado en oro ruso. Y así coronó su victoria sobre el 95% del mass media, sobre el sentido común hollywoodense, sobre las tradiciones de ambos partidos políticos, sobre el american dream post clonazepam, sobre el andar cansino de la corrección política y, especialmente, sobre lo que quedaba, para bien o mal, de la buena decencia del siglo XX. Todo aquello que se suponía integrado a fuego durante cien años de guerras mundiales y crisis capitalistas. Todo está en tela de juicio.

Más de la mitad de los americanos dijeron basta al sentido común occidental y de esa forma se unieron en perfecta armonía al coro donde ya resuenan el Brexit, Le Pen, los integristas islámicos y los neo-soviéticos de Putin. Todos clamando por que empiece la Nueva Temporada de una vez. Pero hacía falta un nuevo malo protagónico. Una novedad. Algo original. Que llene los titulares.

Siempre supimos que el Liberalismo era una mentira. No es que no le creyéramos a la izquierda, a la revolución. Es que la salida por izquierda no es ni remotamente tan sexy como la salida por derecha. El fin del sentido común no se trata de defender los derechos de las minorías, por el contrario, se trata de abolirlos. Se trata de darle permiso al guionista para que sus personajes gordos, barbudos y en chaleco de cuero, salgan en Monster Trucks a ametrallar mejicanos ilegales, embanderados en la Segunda Enmienda, mientras los hongos nucleares rusos se llevan puesta Greonlandia, solo para ver que pasa si se derrite el hielo de una puta vez. A ver si viene el gran Huracán que tantas veces nos prometieron y nunca nada.

Y si tenemos que morir todos en un megafestin al mejor estilo GTA de hueso y músculo, que así sea. Para eso somos extras. En nombre del nuevo sentido común, del reseteo cultural, a ver si en la próxima mano no nos vuelven a dar las peores cartas. Con suerte, capaz podemos ser algo más que uno de los millones de extras cuyas escenas terminaron cortadas.

Y ahora, durante la tanda comercial, tenemos que ver a los periodistas sensibles y a los cínicos, a los ejemplares más prolijos de la CNN, a los encuestadores de corbata gris, a los cagatintas de toda la vida, explicando porqué perdió Hillary, cuando antes se la pasaron explicando porque iba a ganar. Pero no, minga. Se destinaron ellos solitos a morir en el olvido de la trama. Nosotros ya tenemos al Rey Zombie, al nuevo Lex Luthor, a nuestro Lanister de Cobre, para garatizarnos que queda historia por contar. Porque, desde que el mundo es mundo... sin conflicto no hay historia.

Y siempre es preferible que la película termine con un final a toda acción y muerte, que en un loop eterno de escenas aburridas, de charlitas mal emocionadas y miradas perdidas en el piso. Esas son las historias que valen la pena. Las que hacen sufrir a los buenos una y otra vez, hasta lo indecible, para eso son los buenos. Como Donald, esas historias saben mantener la incógnita hasta el final . Y más allá también.

Empezó la Nueva Temporada de nuestra serie favorita. La única en la que figuramos en los títulos, gracias a nuestros brevísimos cameos. La serie se puso buena. Cambiaron los guionistas. Los nuevos son unos hijos de puta. Ahora sí que vale la pena prender el televisor.

Llegó Donald. Por fin.

Milagro.


DA