Antes que nada, una salvedad. Le tengo un poco de bronca a la Fierro. Y esa bronca no tiene nada que ver con las historietas que publican, sino con las que no publican. Entre ellas, la que está ahí arriba, algo que hicimos hace tiempo junto a Julián Totino Tedesco. Antes hice otra con Dante Ginevra, que luego de más de un año de espera decidimos publicarla en otro lado. Pero no fuimos los únicos puestos a esperar indefinidamente, sé de muchos otros historietistas en la misma situación. El problema no es que prioricen otro tipo de historietas antes que las que hace uno, algo que obviamente está dentro de su legítimo derecho, el problema es que soliciten y aprueben material para luego postergar muchos meses su pago y su publicación. Esto debería solucionarse pronto y sencillo: contratos por colaboración. Contratos detallando fechas de entrega y pagos. Nada más. De ese modo, si por contrato queda establecido que mi historieta tiene como plazo para publicarse el 15 de junio de 2014, me puedo quedar tranquilo esperando y me ahorro la incertidumbre. La Ravista Bastión, con muchos menos recursos que la Fierro, se manejaba de este modo, el correcto.
Pero yo me di el gusto, allá por el número cinco, de publicar una historieta junto a Gabriel Ippóliti. Mis intentos posteriores de seguir colaborando con otros dibujantes no tuvieron la misma suerte, y dejó de interesarme lo suficiente como para dispensar tanta paciencia. Tal vez en el mediano plazo lo vuelva a intentar, pero por ahora… prefiero ser yo el que lo posterga, antes que ser postergado de prepo.
Fierro es una revista editorialmente caprichosa. Tengo una imagen mental de Sasturain divirtiéndose como loco con su juguete preferido. Poniendo y sacando, dando vuelta, dejando para después, haciéndola casi de taquito mientras se disfruta de la vida, con libros nuevos y protagonizando (antes que conduciendo) su programa de TV. Pero esa alegre displicencia con la que parece estar dirigida la Fierro, provoca oleadas en los ánimos de cientos de perejiles que como yo, soñaron alguna vez con verse publicados en sus páginas. ¿Parés hace una impresionante tapa con un Mano llorando? No importa, ponemos de tapa un cuadrito de Mandrafina ampliado. Sobran cuatro páginas, ¿ponemos a Terranova que está esperando hace meses? No, llamálo a Cachimba que mande CUALQUIER COSA, y listo. Claro, sólo es la impresión que tengo, compartida con muchos otros, pero no por eso menos hipotética.
Uno de los caprichos estructurales de la Fierro es insistir en un corpus de autores que SOLO publican o publicaron en la Fierro. Tuvieron su momento editorial en los ochentas y pasaron catorce años esperando para volver a reencontrarse con los quioscos: Cachimba, El Tomi, El Marinero Turco, Quattordio, Tati y alguno más. Esto no constituye algo criticable en sí, de hecho algunos de estos autores, puntualmente Cachimba y el Tomi, estaban dentro de mis absolutos preferidos de la época clásica. Muchos de ellos han publicado algún que otro libro en el exterior (el Marinero y Cachimba en Ponent, Quattordio en el under de EEUU, el Tomi en La Cúpula), pero está claro que sin la vuelta de Fierro es muy probable que no hubiéramos tenido muchas noticias de ellos. Las causas por las que estos autores no se alejan demasiado de la Fierro son diferentes, algunos no quieren o no les interesa, otros no pueden. Por cierto, me encantaría ver algo de otros que desaparecieron con la Fierro n° 100 en el 92’: Peyró, Pez y Maus.
Puntualmente:
Realmente creo que Cachimba perdió una apuesta o algo así. O está probando la paciencia de los editores. Parece un juego de quien parpadea primero: yo te mando cosas impublicables, pero yo te las publico igual porque me la re-banco. De verdad, no lo entiendo. Cabe preguntarse… ¿Publicarían las historietas de Cachimba si no las firmara Cachimba? Y esta pregunta será recurrente con otros autores y la respuesta que me doy yo solito es siempre la misma: NO. Eso se explica claramente con la petición de principio que hizo el mismo Sasturain al comenzar la nueva Fierro: elegir autores antes que historietas. Que termine la apuesta, que vuelva el viejo Cachimba, o un Cachimba nuevo pero que no dibuje enanos de jardín y pollos a repetición. Sus antiguos fans, agradecidos.
El problema con el Tomi es de otra naturaleza. Lo que está haciendo no difiere tanto de lo que hacía en los ochentas (y que me encantaba) a nivel conceptual. Muchos de sus guiones siempre fueron esta amalgama de poética de barrio, retruécanos y juegos de palabras. En ese nivel, al Tomi se le pasó la época. La carga erótica que tienen sus historietas, en los ochentas, eran legibles casi como un acto de protesta, era algo nuevo, una toma de posición. Ahora no. Desde la desaparición de la Fierro clásica, la visibilidad del sexo se ha multiplicado de forma tal que los hermosos culos que dibuja el Tomi ahora son anacrónicos, redundantes, más de lo mismo, una toma de posición antigua, sin razón de ser. Además, no le ayudó en nada el descubrimiento del Photoshop. Un lector sagaz, podría haber hecho el ejercicio intelectual de considerar al ochentismo de El Tomi como una forma de clasicismo (parecido al del la revista Magma, aunque con penes brillosos), pero se le complica mucho al enfrentarse el uso definitivamente torpe del photoshop. Toda la sensualidad y voluptuosidad del dibujo terminan arrastradas por el fango con un sinfín de burdos copy-paste. Imagino al Tomi pensando que “se sale con la suya”, que nadie se da cuenta de que repite los dibujos hasta el hartazgo. Por si fuera poco, extraño hasta el dolor, la caligrafía propia de el Tomi. Era uno de los mejores calígrafos de la Fierro clásica, cuando todavía rotulaba sus propias historietas. Su caligrafía terminaba de cerrar una propuesta estética, igual que como ocurre con Enrique Breccia. Pero ahora, sus historietas están rotuladas con la globalizada Comic Sans u otras no menos genéricas y agraciadas. ¿Se dará cuenta El Tomi como el simple uso de esa tipografía contradice muchísimos de sus postulados políticos? La distribución de los globos computadoriles, con sus apéndices yendo de acá para allá terminan de ensombrecer la propuesta. En conclusión, El Tomi sigue dibujando maravillosamente, sigue teniendo un uso poético aceitado, pero eligió la peor de las opciones para modernizarse: ahorrar tiempo con las funciones básicas del photoshop. Ojalá exista otro editor en el futuro que sepa señalarle estas cosas a El Tomi y que vuelva a hacer historietas sublimes como Polenta con Pajaritos, o aquellos unitarios de la Fierro clásica que todavía tengo en la memoria.
El último caso que quiero analizar de este sector de autores de la Fierro, es el del inefable Juan Carlos Quattordio. Y voy a dejar algo en claro de entrada, la historieta de Quattordio: ME GUSTA. Listo, lo dije. Pero antes de que empiecen a arrojar huevos al monitor, les digo que hay que tener en cuenta una enorme diferencia: una cosa es la historieta autobiográfica de Quattordio, y otra cosa es Quattordio en sí mismo. Muchas de las múltiples críticas que he escuchado sobre esta historieta, son críticas hacia Quattordio, la persona. Epítetos tales como: infantil, resentido, patético, egocéntrico, hecho mierda y muchos más de igual tenor. Yo lo conocí a Quattordio un día que acompañé a un dibujante amigo a la redacción de la revista “La Cotorra” (¿O era “La Murga”?), y me pareció un tipo simpático y atento. Ciertamente es tramposo endilgarle semejantes calificaciones por como él prefiere mostrarse en su propia historieta autobiográfica. Puede estar mintiendo, puede estar riéndose de todos nosotros, o no… realmente es como se muestra y su historieta es un acto de sinceridad demencial. Yo prefiero pensar esto último, hace todo más interesante. Otra cosa: Quattordio no dibuja mal. Tiene un estilo y una línea equivalentes, a nivel técnico, con la de múltiples autores under que disfrutan del respeto generalizado. Eso sí, pintando con el photoshop pierde bastante, definitivamente es mucho mejor en blanco y negro. Ahora bien, su historieta es un gran ejercicio confesional, sin filtros morales ni intentos por salir bien parado. Muchos elementos en los que se centran las críticas a su persona, la obsecuencia para con Sasturain, los insultos y brulotes proferidos hacia personalidades del ambiente, su jactancia obvia de cogerse a varias de sus alumnas y demás desastres constituyen al mismo tiempo un interesante acto de autosacrificio. Quattordio se representa como un tipo tan ingenuo como patético, y no tiene problemas en mostrarse tal como es. Es brutal y despiadado consigo mismo, a veces sin darse cuenta, a veces a propósito. El mismo colabora para confundirse con su alterego Jon, pone su foto, borronea los límites que impone la convención autobiográfica, se prende fuego en público para nuestro deleite o espanto. Quattordio está ahí, desnudo en su camita y todos nos reímos de él o lo insultamos o clamamos por su desaparición de la faz de la tierra historietística. Hay algo inevitablemente bello en todo eso. Si se compila “Jon” en libro, yo quiero la versión aumentada y autografiada con bilis amarga del mismísimo Jon Quattordio.
Bien ahora pasemos a “las otras”. Las otras historietas que, al ser mayoría, convierten a la Fierro en lo que es: una gran revista de historietas. Y sí amigos, pese a todo, eso es lo que es.
Son muchas las historietas que me han gustado en esta escasa veintena de números, entre otras cosas, todo lo hecho por autores como los de la Productora, Carlos Trillo, Lucas Varela, Lucas y Carlos Nine, María Alcobre, Gustavo Sala, etc. Destaco, en un párrafo aparte, a los autores revelación de este nuevo ciclo fierroso: los amigos (míos y entre ellos) Pablo Túnica y Juan Saenz Valiente. Podría escribir largamente sobre estos dos, pero no es esta la ocasión. Voy a centrarme en otras tres historietas, que me han resultado interesantes para seguir parloteando:
Calvi me sorprendió y mucho con Altavista. Esta historieta no se lee, se respira. Sin casi tener la secuencialidad que Mc Cloud llamaría “transición acción/acción”, está construida como un resumen de historias que serían imposibles de narrar en su verdadera extensión. Es claramente deudora de cierto sector de la Nouvelle BD, pero sin la vocación por construir una aventura clara, una epopeya. Yo la encuentro como un ensayo estilístico muy interesante, con mucha atención puesta en el tono y estilo de la voz en off. Por momentos Calvi busca confundirse con un narrador del siglo XIX y lo logra. Yo no entiendo como un tipo que vive cerca de mi casa puede escribir lo siguiente: “Esa noche cenamos gallina con pimentón cocida en ron, jugo de naranjas y caldo”. Podría haber dicho comimos “pollo asado y de postre, naranjas”, pero no, no hubiera sido lo mismo. En la redistribución de los térmimos aparece la época y el extrañamiento, el estilo. Cortázar decía que las novelas ganan por puntos y los cuentos por knock out, bueno… no. En este caso, Altavista es un cuento que gana por puntos. Es una colección de alegrías dispersas que me llevo conmigo al terminar la lectura. Y eso es otra forma posible de disfrutar una historieta.
Nocturno de Sanz es otro de las paradas imperdibles. Nocturno probablemente sea la mejor obra de Sanz hasta el momento, y eso es decir mucho. Todavía es temprano para dar un juicio final, apenas si hemos leído una parte, pero ya se notan los frutos del lento perfeccionamiento que ha hecho Salvador de muchas de sus estrategias narrativas. La narración secuencial está más clara que nunca, y no perdió un ápice de la espectacularidad de esos escorzos imposibles, de las fugas vertiginosas. Las historias de Sanz, hasta ahora, siempre tratan de la irrupción de mundos imposibles en lo cotidiano (Legión, Gorgonas, Desfigurado). Pero no recurre a las tópicas de género, no hay vampiros, ni hombres lobo: Sanz se inventa sus propios monstruos, y con el correr del tiempo, también inventa su propio género. Y los monstruos no acceden a nuestro mundo a través de espejos o placares misteriosos, otra vez, Sanz se descuelga con dispositivos muy originales, valga como ejemplo esa pileta llena de huevos batidos de Nocturno. ¿Cómo se le ocurre semejante cosa? En Nocturno el autor también ha terminado de pulir su propio uso de la voz en off y los diálogos, que en algunas de sus obras anteriores pecaba de ser un poco antinatural o demasiado cristalizada, proclive al diálogo automático. Es que el Sanz dibujante se la pone difícil al Sanz guionista. ¿Qué puede pensar o decir alguien que se encuentra ante alguno de sus monstruos o mundos imposibles? Sus personajes no dicen lo obvio: “¡Pero esto es imposible!” o “¡No puedo creerlo!”, sus reacciones ahora son verosímiles, sus personajes “actúan” mejor que antes. En fin, quiero seguir leyendo Nocturno para ver como se desenvuelve. Pero voy a hacer una dieta, hasta que no esté todo publicado no sigo. La intriga es demasiado poderosa como para bancar el ritmo de publicación errático de la Fierro.
Por último y antes de que la teleaudiencia se aburra, dedicaré el último choclito a “20874”, la historieta dibujada y escrita por Ignacio Rodríguez Minaverry. Debo reconocer que me costó arrancar. En los primeros capítulos estaba perdido, no lograba entender cuál era la intención de la historia. Había mucha información y esteticismo proliferante, tenía mis sospechas. Pero con el correr de los números todo comenzó a cuajar. Y después me entregué. Si hay algo que sobresale del trabajo de Minaverry es su sutileza, a todo nivel. Tiene un trazo inusual, femenino. Hay cierta emoción contenida hasta en el último rulito de Dora, en sus pestañas, en la curvas de los perfiles. Uno se enamora del dibujo de Minaverry como se enamora de una compañerita del colegio, por sus detalles mínimos, por pequeños movimientos, por como vuela su pelo o por como le calza un abrigo. La narración se toma su tiempo para descansar en objetos que dan forma al entorno, fracciones de cosas, una caja, un reloj, una taza (estoy viendo el capítulo de La Fierro 14). No quiero ni pensar en la cantidad de documentación que tuvo que realizar para esta historieta. Hasta especulo que debe haber viajado a Berlín, o visto cientos de películas. Hay tal conocimiento de causa, tanto amor por esa Berlín helada de los 60’s, que su verosimilitud me asombra. En los últimos capítulos comienza a entenderse por donde viene el conflicto, y especulo que todavía falta mucho. Así que, otra vez, no puedo dar ningún juicio final. Pero por lo pronto, el viaje es más que placentero.
Me muerdo los nudillos por seguir escribiendo sobre El Síndrome Guastavino, que es otro de los puntos altos de esta nueva Fierro. Pero ya se extendió demasiado esto. Digo, nomás, que finalmente Trillo ha encontrado a uno de los dibujantes que mejor cuajan con su estilo. Toda la morbosidad ingenua (o la ingenuidad morbosa) que siempre ha destilado el gran guionista en la mayoría de sus historias, tiene el intérprete ideal en Lucas Varela. Y eso también se agradece.
En conclusión, que siga la Fierro por siempre. Hurra por sus aciertos y buuuh por sus errores. De eso se trata la crítica.
Nada más por ahora. Y claro, huelga que lo diga, pero… opinad!!!