En un reportaje reciente de la revista Ñ, Pablo Capanna, uno de los autores argentinos más importantes del género de ciencia ficción, decía lapidariamente que este género literario había cumplido su ciclo. En seguida recordé los buenos cuentos de Capanna que yo solía leer en la revista Péndulo y me agarró un firuláis estomacal. Es como si un día el japonés de canal Gourmet apareciera diciendo: el sushi no va más.
Debo admitir, que no le creí ni le quise creer, que es casi lo mismo. Obviamente soy parte interesada, una gran proporción de mis obras se inscriben a diversas distancias del epicentro del género. Zabaletta se acerca al policial desde una perspectiva ucrónica, la trilogía de Último Sur no anda muy lejos de las distopías clásicas de la ciencia ficción más ochentera, Fergus tiene lo suyo y podría seguir. De hecho mi mayor éxito profesional oficial consta de haber ganado el premio a "Mejor Libro de Ciencia Ficción" en Francia, entregado en la convención Utopiales de Nantes, no casualmente, la ciudad natal de Julio Verne.
Mi desacuerdo escencial con lo expresado por Capanna, no comienza con la cuestión de si el ciclo se cumplió o no, sino más bien, con los parámetros que se toman en cuenta para definir al género. Si bien comparto el poco interés por definirlo, descreo que la ciencia ficción haya llegado a ser solo una categoría editorial y comercial, como propone Capanna. Para el caso, en tanto definiciones de género, me sumo a lo pontificado por Oscar Steimberg en su cátedra de Semiótica de los Géneros Contemporáneos, donde (resumiendo cual jíbaro sin ansiolíticos) los géneros aparecen como construcción sociales, formas de leer y producir yacentes en la sociedad. Como tal, la ciencia ficción existe y goza de una relativa buena salud. Ha escapado de la literatura para mezclarse con todos los medios, desde los videojuegos, el cine o la radio, hasta obviamente, las historietas.
Donde sí se vuelve muy interesante el reportaje a Capanna es cuando habla sobre el imaginario de la ciencia ficción en la actualidad, cuando el futuro ya ha sido redefinido incontables veces y parafraseando a un slogan postmoderno: "el futuro ya no es lo que solía ser".
Por un lado me parece vital dar por tierra todos los axiomas "utilitaristas" de la ciencia ficción. Inicialmente se la proponía en un lugar anticipatorio claramente esperanzado, modernoide y positivista, la razón científica imaginada como vía segura hacia un mundo mejor. Sólo hicieron falta un par de guerras mundiales para que las utopías dieran un giro de 180 grados para convertirse en las distopías clásicas del siglo XX, desde Metrópolis hasta Matrix. En ese sentido la esperanza dio lugar a la advertencia: "esto es lo que nos va a pasar si seguimos así". Más prudentes, muchos autores ya no hablan de advertencias o profecías, sino de metáforas. La ciencia ficción ya no habla del futuro, sino que se construye como metáfora del presente (Carlos Gardini, por ejemplo). Pero en ninguno de estos casos se deja de adivinar cierta importancia, cierta función hacia el bien social. Y ahí es donde, humidelmente, todos la pifian. Sepan disculpar el exceso.
La ciencia ficción en tanto género no sirve para nada, afortunadamente. Poco importa si el mundo mejora o empeora gracias a ella. O en todo caso, la responsabilidad de este género para con la felicidad de la humanidad, es la misma que la de los programas de Cocina Thai, el metegol o el emo-punk. Ninguna.
Para mí es bastante simple la cosa: toda historia donde haya algún tipo de ciencia ficcional inmiscuida, ya anda cerca de la ciencia ficción. Y yastá. Los géneros no son estancos, son zonas de influencia, sus fronteras son gradiantes, difusas, y encima, para peor, se mueven todo el tiempo como medusas de hectoplasma.
Personalmente la ciencia ficción que a mí más me interesa es la que tiene que ver con imaginar sociedades. Aquella que trastorna y manipula la imaginación sociológica de la que hablaba Mills. Si hay correlatos, metáforas, analogías o tontas moralejas, quedará librado a lo que cada cual quiera escribir y leer. Sí ya sé que estoy cerquísima de ese lugar común igualmente idiota que supone que todo "mensaje" (palabrita insoportable) es necesariamente contrario a todo interés artístico. No deja de ser otro prejuicio. Ni la univocidad, ni las moralejas son escencialmente malas. Una teoría, una postura ética, un propuesta política pueden ser tan bellas como la mejor viñeta de Breccia. Aún sin tener razón. Y si no, para eso están todos aquellos otros géneros que presinden mejor de la estética como el manifiesto, el decálogo, el discurso político o sencillamente, la ciencia social. Y ahí si, mejor que tengan razón.
Por lo pronto, ahí arriba, una paginita de Fergus donde el protagonista obliga a una gorda a comprar determinada marca de jabón en polvo a punta de pistola. Marketin de Guerrilla le dicen, exagerado nomás. ¿Terminaremos así algún día? Poco me importa, por lo pronto, espero que sea suficientemente interesante para que varios franceses compren el libro y mis arcas no flaqueen este invierno. Yo, endemientras, me divierto de lo lindo.
Salutes.
D.